La vuelta al mundo de Belinda

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Una niñita, apremiada para subir a su cochecito por una niñera solícita, descubrió en mitad del camino de vuelta entre el parque y su casa que no tenía consigo a su muñeca Belinda. Su niñera había terminado de intercambiar chismes con otra niñera melindrosa de mano en la cadera, ya le había echado una buena mirada a los granaderos de botas crujientes que recorrían el parque para estudiar y sonreír a las niñeras, ya había despachado una carta en el correo y demostrado su desdén a varias personas. Lisaveta había intentado conversar con un chico que sólo balbuceaba, había besado y sido besada por un perro grande.

Y Belinda había quedado atrás. Volvieron y la buscaron en todos los sitios donde habían estado. La niñera estaba fuera de sí. Lisaveta aullaba. Su padre y su madre no sabían qué hacer para consolarla: era la primera tragedia de su vida y la niña gozaba de todas las posibilidades que le ofrecía. Su pena era aun más terrible porque un invitado venía a tomar el té: Herr Doktor Kafka, de la filial en Praga de las Assicurazioni Generali.
-Querida Lisaveta -dijo Herr Kafka-, estás tan apenada que te voy a contar algo que te sorprenderá. Belinda no tuvo tiempo de decírtelo personalmente. Mientras estabas distraída, conoció a un chico de su edad, tal vez un muñeco, acaso un niño, no sé muy bien, que la invito a viajar con él alrededor del mundo. Él debía partir de inmediato y no había tiempo que perder. Ella debía decidirse en ese mismo instante. Son cosas que suceden. Las muñecas, como sabes, nacen en las tiendas y saben mucho más que nosotros, que llegamos al mundo traídos por una cigüeña. Nuestro conocimiento es tan limitado… En su apuro, Belinda me pidió que te dijera que iba a escribirte todos los días y que de haberte hallado a tiempo te habría contado su inesperada decisión.
Lisaveta quedó boquiabierta.
Pero al día siguiente el correo le trajo una tarjeta postal enviada a su nombre. Era la primera que recibía. La fotografía mostraba el puente de Londres; el otro lado estaba todo escrito. Su madre se lo leyó y su padre volvió a leérselo cuando regresó a casa para cenar.

PUENTE DE LONDRESQuerida Lisaveta: LLegamos a Londres en un globo. ¡Qué emoción flotar sobre montañas, ríos y ciudades con mi amigo Rudolf! Él había preparado una merienda de cerezas y dulce. Los ingleses son muy raros. La ropa los cubre por entero, hasta la cabeza, y los botones continúan hasta el sombrero; éste tiene ojales por donde miran, y una especie de manga para sus grandes narices. Todos llevan paraguas porque llueve sin cesar, y unos palos largos para tantear el camino en medio de la niebla. Se alimentan de bollos y té. Vi al Rey en un carruaje de cuarenta caballos que ajustaban su paso al ritmo de un tambor. Sigo más tarde. Tu muñeca que te quiere, Belinda.

ESCOCIAQuerida Lisaveta: Llegamos a Escocia en tren. Viajamos desde Londres hasta Edimburgo por un túnel tan oscuro que a los pasajeros les entregaron linternas para poder leer el Times. Todos los escoceses visten kilts y bailan al son de la gaita. Comen un porridge que cocinan en teteras del tamaño de nuestras bañeras. Rudolf y yo hicimos un picnic en un prado lleno de ovejas. Hay bandidos en todos lados. La mayoría de la gente de Edimburgo son abogados, y las familias viven en departamentos alrededor de lor tribunales. Sigo más tarde. Tu amiga que te quiere, Belinda.

islas feroeQuerida Lisaveta: De Escocia viajamos en vapor a las islas Feroe en el Mar del Norte. Aquí todos son pescadores y pertenecen a una religión llamada la Hermandad de Plymouth, de modo que cuando no están navegando y llenando sus redes de arenques cantan himnos en la iglesia. Toda la isla resuena con música. Aquí no crece ningún árbol y las casa tienen piedras en el techo para que el viento no se las lleve. Cuando dijimos que somos de Praga, nunca habían oído hablar de la ciudad y preguntaron si estaba en la luna. ¡Imagínate! Esta tarjeta tardará en llegarte porque el vapor del correo pasa por aquí una vez al mes. Tu compañera que te quiere, Belinda.

copenhagueQuerida Lisaveta: Ahora estamos en Copenhague. Nos hospeda un caballero encantador llamado Hans Christian Andersen. Vive al lado de otro caballero encantador llamado Søren Kierkegaard. Nos llevaron a Rudolf y a mí a un parque lleno de niños y muñecas llamado Tívoli. Puedes hacerte una idea mirando el otro lado de esta tarjeta. Todas la tardes a las cuatro, niños vestidos de rojo (y todos son rubios de ojos celestes) dan vueltas y vueltas alrededor del Tívoli tocando tambores y flautas. En el puerto viven muchas sirenas. Son muy tímidas y es necesario tener mucha paciencia y permanecer quieto un largo rato para verlas. Los daneses son muy melacólicos, beben mucho café y sólo leen libros serios. En un negocio vi un libro cuyo título era Cómo estar seguro de lo que es y de lo que no es. Otro: Guía del existecialismo para muñecas. Otro: Usted es más desdichado de lo que cree. De prisa, Belinda.

SAN PETERSBURGOQuerida Lisaveta: Las campanas de las iglesias aquí en San Petersburgo suenan todo el día y toda la noche. Rudolf teme que afecten nuestro oído. Nieva todo el año. Hay samovares en todos los tranvías. Aquí también leen libros serios. El autor favorito es el conde Tolstoi, que es uno de sus propios campesinos (dicen que su esposa lo pasa bastante mal) y sólo come remolachas, a las que agrega cebolla en Pascua. No podemos leer ni una palabra de los lectores de las tiendas. Algunas de las letras están al revés. Los hombres tienen barbas enmarañadas y parecen osos. Las mujeres guardan las manos en manguitos. Tu amiga con escalofríos. Belinda.

SIBERIAQuerida Lisaveta: Cruzamos Siberia en trineo sobre la nieve. Ahora estamos en la isla Sajalín. Nos hospeda una señor muy amable llamado Anton Chéjov. Vive en Moscú pero está aquí para escribir un libro sobre este extraño lugar del Norte donde los mosquitos tienen el tamaño de loros y todo el mundo está en la cárcel por desobedecer a sus padres y tomar cosas que no le pertenecían. Los rusos son muy severos. El señor Chéjov nos señaló un hombre que cumple una condena de mil años por no haber dicho Gesundheit cuando el Zar estornudó en su presencia. Es muy triste. El señor Chéjov dice que se propone hacer algo al respecto. Tiene un gato llamado Pussinka que está impaciente por volver a Moscú: la isla Sajalín no le gusta nada. Tu amiga que te quiere, Belinda.

japonQuerida Lisaveta: ¡Japón! ¡Oh Japón! Rudolf y yo compramos kimonos y nos paseamos en rickshaws, disfrutando de la vista del Fujiyama (montaña azul con nieve en la cima) a través de glicinas en flor, huertos de cerezos y puentes encorvados en vez de ser planos. Los japoneses beben té en tazas diminutas. Las mujeres tienen peinados altos donde clavan agujas amarillas. Diez veces por día, todo el mundo interrumpe lo que está haciendo para escribir un poema. Estos poemas son muy cortos y tratan de grillos, de la vista del Fujiyama a través de la ropa tendida a secar, de la soledad que se siente cuando hay luna llena. Tenemos mucho éxito, porque a los japoneses les gustan las novedades. Entusiasmada, Belinda.

CHINAQuerida Lisaveta: Ahora estamos en China. Del otro lado de la tarjeta puedes ver la larga muralla. El emperador es un niñito vestido de color páprika. Vive en un palacio del tamaño de Praga, con mil sirvientes. Para ir de la nursery hasta el trono es llevado en una silla sostenida con dos palos. Cinco doctores examinan su caca apenas la hace. Disculpa la vulgaridad, pero ¿para qué viajar si no es para aprender lo distinta que es la gente lejos de Praga? Contéstame. Los chinos comen con dos palitos y sorben la sopa directamente del plato. Llevan el pelo atado en una coleta. Todo el país huele a jingibre y pronuncian plog en vez de Praga. ¡Fuegos artificiales todo el día! ¡Fuegos artificiales! ¡Fuegos artificiales! Con afecto, Belinda.

TAHITIQuerida Lisaveta: Hemos llegado a Tahití en un barco de excursión. La isla es toda rosada y verde, y la gente es marrón y perezosa. Las mujeres son muy hermosas con largo pelo negro y bonitos ojos negros. Los niños se trepan a las palmeras como monos y no llevan encima ni una puntada de ropa. Conocimos a un francés llamado Gauguin que pinta imágenes de tahitianos y a otro francés llamado Pierre Loti, que usa fez, se pasa el día leyendo los periódicos europeos en el café y dice que Tahití es romántico. Lo que decimos Rudolf y yo es que es muy caluroso y decididamente no civilizado. ¿Te conté que Rudolf es de la familia real? Es buen compañero, pero tiene sus límites. ¡Aquí no hay calles! Románticamente, Belinda.

BUSCADORES ORO SAN FRANCISCO¡Bueno, querida Lisaveta, San Francisco! ¡Dios mío! Aquí hay calles, todas cuesta arriba, y en ellas buscadores de oro con sus burros. Hay bares con puertas vaivén y adentro bailan las Flora Dora Girls. Todo el mundo toca Oh Susana! en sus banjos (no hay quien no tenga uno) y por todos lados se ven indios choctaws envueltos en sus mantas y cowboys con rifles y chinos y mexicanos y esquimales y mormones. Todas la casas son de madera, con adornos de fantasía tallados, y los dueños se sientan en la galería delantera y leen los diarios políticos. En Ámerica cualquiera puede aspirar a un cargo público. Es así como el intendente es un sastre judío y sus concejales un indio Piel Roja, un jardinero japonés, un duque británico, un cocinero de Samoa y una predicadora presbiteriana. Conocimos a un escocés llamado Robert Louis Stevenson, que nos llevó a ver una ópera italiana. Tuya, siempre, Belinda.

DILIGENCIAQuerida Lisaveta: Te escribo desde una diligencia que atraviesa el Oeste Salvaje. Vimos muchos pueblos de chozas indias y miles de búfalos. Nos tomó horas bajar por una ladera del Gran Cañón y cruzarlo sobre su lecho (el río no es hondo y avanzamos salpicando) para subir del otro lado. Los indios visten mantas coloridas y tiene una pluma clavada en el pelo. Esta mañana también vimos a la caballería de los Estados Unidos desfilando con la bandera nacional; cantaban Yankee Doodle Dandy y eran todos muy hermosos. Me mareo si sigo escribiendo porque avanzamos tan rápido como un tren. Mareada, Belinda.

BARCOCONPALETAQuerida Lisaveta: Estuvimos en Chicago, que está en uno de los Grandes Lagos, y cruzamos el Mississipi, tan ancho que no se puede ver la otra orilla; por él navegan barcos a paletas llenos de atados de algodón. Vimos utopías de cuáqueros y Shakers y mennonitas, que viven como se les da la gana en este país libre. No hay rey, solamente un Congreso con sede en Washington y al que no le importa lo que hace la gente. Vi a uno de esos congresistas. Era gordo (tres papadas, te aseguro) y nos ofreció a Rudolf y a mí un dólar si votábamos por él. Cuando dijimos que somos de Praga nos dijo que esperaba que iniciáramos una guerra, porque la guerra es buena para los negocios. ¡De aquí a Nueva York! De prisa, con cariño, Belinda.

NIÁGARAQuerida Lisaveta: ¡Las cosas que pasan! ¡Rudolf y yo nos casamos! Sí, en las cataratas del Niágara, donde formas fila, pareja tras pareja, y puedes elegir que te case un ministro protestante, un rabino o un sacerdote. Después te metes en un barril (¡qué divertido!) y cruzas las cataratas, sacudida tras sacudida en el fondo, y alquilas una cabaña de luna de mil, de las que hay cientos alrededor de las cataratas, todas con un marido y una esposa felices haciéndose arrumacos. Tus padres me contaron que mi hermana de la tienda ha ido a vivir contigo para ser tu muñeca. Rudolf y yo nos vamos a la Argentina. Tienes que venir a visitar nuestra estancia. Siempre te recordaré. La señora de Rudolf Hapsburg und Porzelan (tu Belinda).ESTANCIARGENTINA

Guy Davenport
(ver Pizarra Noticias)

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